martes, 3 de mayo de 2016

Patricia Correa, la maestra de promoción de lectura que hizo amenas las salas de espera


“Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños”.

Khalil Gibran

Hace meses escuché decir que un maestro es aquel que responde directo a las preguntas, sin rodeos. Es aquel que da con gracia lo que con gracia recibió. Esta acepción es precisa para la socióloga Patricia Correa. La mujer que hizo de los ambientes hospitalarios un espacio propicio para la promoción de lectura infantil. 

Debido a su trabajo y el proyecto “Palabras que acompañan” (auspiciado por el laboratorio GlaxoSmithKline) Patricia aprendió sobre la relación del sistema de salud, las tensiones que se generan en los hospitales y clínicas y logró que los padres se dieran cuenta, en espacios no convencionales, que a los niños les gusta los libros y que muchas veces los entretiene más que un televisor. 

El proyecto de “Palabras que acompañan” empezó en abril del 2002 en doce instituciones en Bogotá, ahora están en quince. Progresivamente se abrió en ciudades como Medellín, Cali, Manizales. En el 2003 se extiende a Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga. En el momento atienden 43 hospitales. El 90% de las instituciones son públicas. Aunque también están en centros privados. Los niños, según la socióloga, cuando están enfermos siguen siendo niños sin importar el estrato. 

Para que esta experiencia llegue a otras personas, porque toca el alma, toca el corazón, toca la tripa (como dice ella), le hice una serie de preguntas que ella muy amablemente contestó. 

Hablabas de la responsabilidad como resultado de una decisión. ¿Podrías ampliar el significado de esa frase? 
Cada uno de los que estamos aquí tenemos una cuota de responsabilidad. Es decir, los niños son responsabilidad de toda la sociedad. Desde que se decide tener un hijo, deseado o no deseado, ojala deseado, se adquiere una responsabilidad que se acaba con la muerte del padre o la madre. El vínculo emocional y el papel de la construcción psíquica del otro continúan. Por ello, los valores se aprenden con modelos coherentes de respeto o el ejemplo. Es decir, uno tiene que asumir sus responsabilidades. La misma palabra lo dice, “responsabilidad” significa: Responder por las consecuencias de una decisión o acción que uno esté realizando. Ahora, las responsabilidades no son culpas. Si me sitúo en el terreno de la culpa no hay salida. Pero si me sitúo en el campo de la responsabilidad encuentro soluciones. Además, las herramientas para asumir la responsabilidad cambian. No es lo mismo la responsabilidad cuando tienes veinte años o todo lo que sabes cuando tienes sesenta. Por eso es que en las comunidades de antes, ya no tanto, los más viejos eran los más escuchados. Ya les había pasado un montón de cosas y habían enfrentado un montón de responsabilidades. Por eso, cuando decido tener un hijo asumo la responsabilidad de esa decisión. Lo otro, es que los papás creen que si castigan al hijo lo van a traumatizar, lo mismo si lo consienten demasiado. Cuando un padre se pone en ese plano se ubica en el terreno de la culpa. Y para evitar la culpa los papás han ido entregando y delegando su saber. Es una cosa gravísima pensar que los papás no saben. Por eso, hay que devolver a la familia su saber en la crianza y en el acompañamiento del desarrollo del nuevo ser. ¡Si sabemos! ¡Está en los genes! 

¿Cuál es aporte a la sociedad con un semillero lectura en ambientes hospitalarios? 
Se toca la relación con la familia y con los otros miembros de la sociedad: Bibliotecarios, maestros… Mostrando que también otras personas pueden aportar al proceso. Alguien dice, no recuerdo el nombre, que donde hay un niño hay un adulto. Es decir, el bebé no se puede mover solo. Las crías humanas son mucho más dependientes que cualquier otra cría. Los niños no tienen la posibilidad de independizarse de sus padres como sí se independizan otras crías. Su supervivencia depende por lo menos de un adulto. Por eso, un taller como este, que se propone desde la Biblioteca Nacional y desde el Ministerio de Cultura sobre lectura en la primera infancia sabe que pasa por la familia. Esta comprensión permite decirle a la familia que desde que nace el bebé hay que acompañar a los padres. Conectar con la sensibilidad de ese adulto para que pueda transmitirla al bebé. Entonces se crea un espacio para los padres y los hijos diferente al de la cotidianidad, diferente al del lenguaje fáctico. Esto da permiso al lenguaje del relato. Entonces los papás encuentran que tienen historias que le pueden contar a sus hijos de cuando eran pequeños. A los niños les encanta saber que los papás también eran pequeños. Así se enamoran de la lengua del relato que es la que después encontrarán en la literatura impresa, en el cine. Además, entienden que no se tiene que ser cantante de ópera para cantarle al niño y arrullarlo. Un ejemplo, en una entrevista a Maurice Sendak, autor de “Donde viven los monstruos”, dice que cuando su padre le leía lo tenía sobre sus piernas y que él asocia la lectura con el olor de su papá, con el calor de su papá. Y si eso les pasa a los niños es algo que nunca van a olvidar. Esa sensación queda en el cerebro, en el corazón y en la tripa. Claro, eso no quiere decir que ese niño se vuelva el superlector, pero su relación con la lengua es fuerte en todas sus dimensiones. 

Mencionaste en el taller que los arrullos se acabaron. ¿Cómo es eso? 
Cuidado, no estoy diciendo que no hay música para niños. Hay nueva música infantil latinoamericana. Es un movimiento muy serio. A lo que voy es que en todas las culturas humanas existe el arrullo a los niños. Hay referencias desde los neandertales. Los arrullos son un hacer que se transmite oralmente de generación a generación y se transformaba con las interrelaciones culturales. En nuestros arrullos hay información de nanas de los españoles del año 1.500. También hay arrullos que se rastrean desde México hasta Argentina y que en los distintos países tienen variaciones rítmicas y en sus textos. Claro, esto se da mucho más desde el lado femenino. Pues los abuelos contaban los relatos de miedo y de cómo era que se hacía antes y ahí transmitían un montón de valores. Pero el canto era más femenino. Por lo menos el canto de la nana y el arrullo. Por ejemplo, la niña que era arrullada a la vez arrullaba a las muñecas, luego a sus hijos y nietos. Eso permitía continuidad. Pero, cuando la mujer se incorporó a la fuerza laboral fuera de casa ya no le quedó tiempo para los arrullos. ¿A qué horas esa mujer va a cantar? Por ello, a muchas de las mujeres de ahora no les cantaron. Eso no se les transmitió ¿Cómo van hacerlo? Como se sabe el oído es el primer y el último sentido que se cierra. Entonces el bebé oye la champeta desde que está en el vientre. Lo duermen con la champeta y el vallenato y ese es su mundo sonoro. Cuando la nana y el arrullo cumplen una función importante y es calmar, tranquilizar y conectarse con la emocionalidad del bebé. Los arrullos son vitales para el desarrollo inicial de los primeros meses del niño, la construcción de esa psiquis inicial, del vínculo del bebé con la madre… y eso no está en la champeta ni en ninguno de esos ritmos populares. 

Tu profesión es la sociología. ¿Por qué nunca la ejerciste? 
Salí de bachillerato y quería ser la primera Jacques-Yves Cousteaude de Colombia y por otro lado amaba leer. Quería estudiar Biología o Filosofía y Letras. En la Universidad de Antioquia inicié Biología. Hice cuatro semestres y al tiempo ingresé a la Escuela de Artes de la universidad a estudiar teatro. Llegó un momento en que la escuela se cerró para transformarse en facultad. Por esos días, en Biología, nos llevaron al nacimiento del río Medellín a tomar muestras. Luego, pasamos un semestre completo analizando las muestras de un solo día. Fue cuando entendí que eso no era lo mío porque necesitaba la gente y estar afuera. Tampoco seguí con el teatro porque cerraron la escuela. No quise esperar, menos en los 70 con lo que estaba pasando a nivel político en el país. Entonces decidí estudiar Sociología porque ofrecía un trabajo cultural y social importante. Aprendí mucho. Por ese tiempo también me casé y tuve mi primer hijo y empecé a trabajar medio tiempo en la guardería Mirringa Mirronga con María Cristina Gómez. Allá descubrí la maravilla de trabajar con los niños. María Cristina fue una gran maestra. Tengo una imagen de ella. Siempre preguntaba quién quería hacer tal cosa, sin obligar a nadie. Ella decía: “¿Quién quiere venir conmigo a leer? Ella tomaba un libro de poesía que no tenía muchas ilustraciones. Ella se ubicaba en un rincón de un patio y todos los niños iban a escucharla. No había nada que compitiera con María Cristina, ni la arenera. Eso me mostró lo que quería hacer. 

¿Cómo llegas a trabajar con ambientes hospitalarios? 
Me fui de Medellín. Viví en Cali. Estuve cerca del grupo de Gloria Rincón. Allá los niños eran los que marcaban el ritmo y tomaban muchas decisiones. Por ejemplo, hicimos un libro y los niños lo escribieron a mano. Entonces se preocuparon por la caligrafía y la ortografía porque los iban a leer. Descubrieron que la ortografía tiene sentido, igual que un semáforo en rojo. Es decir, entendieron que la norma tiene sentido. Pero cuando la norma no tiene sentido o no te la explican, entonces no la entiendes y la violas. Y la ortografía, la morfología y la sintaxis tienen la función de que el mensaje llegue claro. Eso lo entendieron niños de siete años. Comprendí que los niños se comprometen con sus procesos de aprendizaje cuando hay sentido. Después me trasladé a Bogotá y llegué a ACLIJ (Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil) que hoy es Fundalectura. Allí encontré a María Elvira Charria, una gran maestra. María Elvira, estando en el CERLALC (El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe) junto a Geneviève Patte, una bibliotecaria francesa, y con la gente de CONACULTA (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) en México, construyen el proyecto: “Leamos de la mano de papá y mamá”. Geneviève Patte fue la directora de una biblioteca en un barrio a las afueras de Paris y trabajó una propuesta integral desde la biblioteca hacia la comunidad involucrando a la familia. También con el trabajo de ACCES (Acciones Culturales Contra Exclusiones y Segregaciones) se empieza a promover la lectura en espacios no convencionales, pero donde estuvieran los bebés con las familias. Así involucrar a la familia en un espacio donde haya un reconocimiento del niño como lector. Entonces lanzan, a partir de la propuesta de Geneviève y de ACCES, la propuesta de “Leamos de la mano de papá y mamá” para América Latina. En ese encuentro había gente de Argentina, Venezuela, Ecuador, Panamá, Nicaragua, Honduras, Colombia y México. Luego, nos seguimos citando una vez al año en México con Geneviève a trabajar los componentes del programa. La condición era que cada uno de los participantes abriera una sala para replicar lo aprendido. Por Colombia estuvimos Graciela Prieto del Ministerio de Cultura y yo. En ese entonces tenía a mi hijo muy chiquito y su pediatra era la directora de pediatría del hospital de la policía. Le dije que quería leer en el hospital y aceptó. Empecé a leer en la sala de espera. Además, el tiempo de la enfermedad es un tiempo de espera. Esperas a que el médico te atienda, esperas los resultados del laboratorio, esperas el efecto del tratamiento, esperas a que todo funcione; es una espera que a veces es muy larga, es una espera atravesada por angustias, dolores físicos y emocionales. 

¿Cuál es el libro que más has regalado? 
Para adultos el libro que más he regalado es Amor en los tiempos del cólera. Es para mí, el libro por excelencia de Márquez. Ese libro es un tratado sobre la mujer, sobre lo femenino. De investigación, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público de Michele Petit. Y el infantil que más regalo es Todo lo que deseo para ti de Henrike Wilson y Jutta Richter.

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