lunes, 23 de mayo de 2016

Berta García Tobón, la mujer que ha hecho de su vida un catálogo de sonrisas



"Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto sino un hábito."

Aristóteles. ‪



Berta se ha ocupado en vivir sus días, cada uno, como un instante. Por ello, no pierde el tiempo en arrepentimientos. Quizás, esa sea la razón de que a sus 67 años sea una mujer vigente. Cuando se habla de vigente, se refiere a un término más allá de lo actual, es más bien la juventud del espíritu que permite tener despiertas las ganas de hacer cosas. 

Decía Séneca que la vida es como una obra de teatro. Lo que importa es la actuación más que la duración. En esa medida, la vida de Berta es relevante porque es una actriz natural que disfruta lo que hace sin necesidad de impostar. Aunque, eso que más se disfruta es aquello que te dicen que no puedes hacer. Tal vez, esa sea la clave por la que Berta, en una época donde los negocios eran una tarea exclusivamente masculina, se dedicara a las ventas y los viajes. 

Berta nació el 7 de junio de 1949 en el municipio de Tarso, Antioquia. Hija de Alberto García Palacio y Luz Estela Tobón. Pero su infancia la pasó en Girardota. 

En Girardota su familia se instaló por la calle Bolívar, cerca del Liceo. En la casa paterna, con sus 9 hermanos, más de una vez se hizo regañar por inquieta. Pues sus padres eran, según ella, muy templados y las niñas debían ocupar su lugar. Aunque el lugar de Berta era difícil de ocupar por su sed de conocer lo que había al otro lado de la montaña. Pues, ella no se creyó ese cuento de que el mundo se acaba justo donde el ojo no veía más. Tal vez por eso, en el colegio la calificaron en disciplina con un contundente uno. 


Los viajes
De pequeña soñaba con ser azafata y recorrer el mundo. Sin embargo, ese fue un sueño frustrado. Aunque recuerda con agrado ese primer viaje en avión que hizo con su familia de Medellín a Bogotá. Tanto, que cuando vivió en Bogotá fue al aeropuerto a pedir trabajo como azafata, pero no hubo respuesta. 

Tiempo después volvió a Girardota y estudió la segundaria en la Escuela Normal Superior de Señoritas, hoy funeraria la Baena. Estudió hasta segundo de bachillerato. 

Luego, realizó un Secretariado en Medellín y aprendió a manejar máquinas de escribir. Por sus manos pasaron las famosas Olivetti y la Remigton. Las utilizó en la oficina de su padre en el edificio Constaín, en el Parque Berrío. La oficina se llamaba: Clubes Alberto García Palacio. Estuvo allí dos años. Cuando cumplió los 18 años se dedicó a viajar. 

Recorrió el suroeste, nordeste y occidente antioqueño. Vendía rifas. En ese momento, recuerda Berta, en su corazón solo había espacio para los viajes. Tanto que no le hizo caso a ningún hombre. El compromiso sería un alto en el camino. Aunque, confiesa que tuvo muchos admiradores. 

Después de ver más allá de la montaña se estableció de nuevo en Girardota. A los 22 años empezó a trabajar en Flamingo como vendedora. Al año vuelve a lo suyo: vender mercancía. 

El amor
A los 26 años sintió que ya había viajado lo suficiente. Tuvo tiempo para pensar y sentir la necesidad de formar su familia. Algo muy extraño para la época porque en los núcleos familiares las mujeres eran educadas, la mayoría, para ser amas de casa y parir hijos antes de los 20 años. En tal medida, ella contó con la posibilidad de elegir y halló a tiempo lo impensable: el amor. Por eso, cuando conoció a Juan David Jaramillo, aunque no le interesó al principio, encontró que su deseo era una oportunidad. 

Juan Davíd tenía la edad de Cristo cuando conoció a Berta. Ambos, querían lo mismo. Y sin tanto preámbulo, porque el amor es irracional y directo, decidieron irse a vivir juntos después de cuatro meses de noviazgo. Al tiempo marcharon para Copacabana y fundaron una tienda de abarrotes. La vendieron y abrieron una panadería. 

En Copacabana nació el 12 de febrero de 1978 Vladimir Jaramillo. Luego, en 1980, Oscar Darío Jaramillo. 

Regresaron a Girardota al comprar una casa. Debido a esto vendieron la panadería de Copacabana y la abrieron en el primer piso de la casa. 

La ausencia 
La muerte es un fenómeno que nos mueve más que el amor y el hambre. Sobre todo, cuando no hay el tiempo de transición para asumir la ausencia del ser querido. Eso le sucedió a Berta cuando de la noche a la mañana debe asimilar el fallecimiento de su compañero. 

Era el año de 1989. Juan David estaba algo enfermo en la noche. Todos pensaron que se repondría, pero a las 5:30 de la mañana se agravó y Berta lo llevó al hospital. De allá lo remitieron a la Cardiovascular donde falleció. Le diagnosticaron muerte natural. En ese entonces Vladimir tenía 11 años, estudiaba en el Atanasio, colegio del que se graduó en el 95.

Con la pérdida del padre de sus hijos Berta vendió la panadería porque era mucho trabajo para ella. Así que montó un almacén de materos. A los días se enteró de que era imposible vivir de materos y optó por vender chance. 

Fue difícil reponerse de la muerte de Juan David. Sobre todo cuando era un hombre ejemplar, máxime cuando en Antioquia la imagen del padre responsable está desdibujada. 

Para poder gestionarse el recurso para el estudio de los hijos Berta trabajaba de 3:00 pm a 10:00 pm. A los niños los cuidaba la abuela paterna, Magola Sierra. Pero en el 97 falleció Magola y cuatro años más tarde Oscar Darío, su hijo menor. 

La alianza 
Desde la muerte de Juan David, Berta asumió la economía de la casa y la responsabilidad de educar a sus hijos. 

Además, sus hijos también se ayudaron con la educación. Vladimir, por ejemplo, trabajó en el estadero El Noral. Llegaba a la madrugada y se ayudaba con la universidad. 

En la actualidad, Berta sigue vendiendo por catálogo. En la entrada de su casa tiene un arrume de cajas con productos que va entregando. Además, va a gimnasia, a hidro-aeróbicos y caminatas. Sigue visitando los pueblos de Antioquia. Se siente con la misma fuerza de siempre, como un roble que ante las tormentas fortalece sus raíces. Para Berta las raíces son: su hijo, las ventas y los viajes

2 comentarios:

  1. buen reportaje pero... lleno de errores ortográficos y eso que salio de la Biblioteca Pública Jacinto Benavente!

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    1. Hola Luza, espero que estés bien. Volví a leer el texto y no encontré los errores ortográficos de los que hablas. Lo único son los tiempos verbales en ciertas líneas. Pero si lees bien, ese tiempo corresponde con el párrafo. Por ejemplo, al inicio y al final los párrafos están en presente y los del medio en pasado. Sin embargo, eso no es un error. Esos tiempos sirven para ubicar al lector en el contexto de la historia. Claro, puede ser que se escapen algunos errores. Te agradecería que me los mostraras para corregirlos de inmediato. Y bueno, gracias por pasar por este sitio. Que tenga un bello día.

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