martes, 18 de julio de 2017

Sin Norte. Antología Literaria. Entrevista a Julián Ospina, compilador.



La literatura es un viaje más que un rumbo, así el rumbo sea una publicación. Lo importante es el trayecto, es decir, el viaje. En tal medida, lo esencial es la escritura de los textos. Por tanto, es de celebrar que existan personas como Rosalba Jaramillo, Yamile Carmona y Ligia Cecilia Alzate que en sus ratos de soledad rayen las hojas en blanco y se atrevan a escribir, tarea nada fácil.
A estas tres mujeres les abrimos un espacio desde la Biblioteca Jacinto Benavente para mostrar sus textos. Son una pequeña muestra de dos poemas y un cuento, que celebramos con esta publicación digital. Se aclara que estos textos no fueron incluidos en la versión impresa por criterios editoriales que se explican en el prólogo del libro. Asimismo, el libro físico será promocionado en Gira la lectura, Fiesta de la Literatura Local 2017, Girardota, en su segunda versión, el 28 de Julio en el Kiosco Principal de Girardota. ¡Los esperamos!





El campo
Por: Rosalba Jaramillo Álvarez

Papá Dios nos regaló el maravilloso campo
que es la bellísima zona rural
y en él, toda variedad de cultivo,
el campesino, sin temor, puede cosechar.

Ofrece extensas y fértiles montañas
con variadísima vegetación y árboles frutales
regado por caudalosos ríos y cristalinas quebradas
donde hay riqueza mineral y variedad de animales.



¿A dónde vamos a parar?
Por: Yamile Carmona Jaramillo

Dónde vamos a parar, ataca la sociedad,
te esclaviza el consumismo, la mentira y el poder
acaso la solución será una gran orfandad
con temor a equivocarse todos tiran a perder.

Vamos tras una ceguera que guía con avaricia.
Y sin más preámbulo cae todo aquel que se envicia.
Lo esencial desaparece
y el corazón se enceguece.

Pero qué estamos pensando .
Exhaustos ya del zangón
esta vida va pasando
carrereada y sin sazón.

Alguna vez lo dijeron, se ve lo esencial con el corazón
y hoy urge repetirlo para no extraviar el timón
ya que la vida se encarga de cobrar lo no vivido
por eso hermano ven conmigo a disfrutar sin tanto ruido.



Niños de río 
Por: Ligia Cecilia Alzate Suárez 

Son las 11:45, casi medio día y la maestra no termina. Esos números tan pequeños, no alcanzo a ver nada.
Hoy no vino Mena, y le dije que iríamos al río, no importa la pela de ayer, hoy tenemos más sol, más agua.
11:50, ese reloj no avanza, ahora una actividad, noooo. 

Seguro ya llegaron los otros, los grandes, hay que marcar territorio, o les haremos lo mismo de siempre. 11:59, por favor, que termine, me sudan las manos, busco a Palacios por todos lados y de pronto una voz: “¡Yinin!”. Lo que faltaba, el último regaño del día. 
–¿Usted por qué no está copiando? –Me preguntan– ¿Qué se le ha perdido?– Voy a enviarle una nota a su mamá para que se entere. Usted no puede seguir así sin hacer tareas.
¡Lo que faltaba! Que me dejaran después de clase, y yo con este calor.
Palacios me espera, Mosquera también. Yo impaciente mientras la maestra escribe la nota.
Con caligrafía casi exquisita que ni entiendo, ojalá mi mamá tampoco, deja en mi cuaderno unas cinco líneas y me pide que lo traiga al día siguiente y firmado. Jum… ¿Será que mi mamá sí sabe firmar?
Por fin, 12:15, salimos corriendo, alegres, el corazón a mil, nos estorba todo.
El hambre, el cansancio, el susto, todo se desvanece, cinco minutos más y llegaremos.
Por fin, ahí está, majestuoso, amigable. Dejamos todo en la orilla: la mochila, los zapatos, el uniforme ¡Y al agua!
Es la mayor felicidad, el río nos lleva como un murmullo, un buen recorrido.
Mosquera va adelante, Palacios atrás. Desde la orilla a veces algún anciano nos mira: “Estos muchachos, tengan cuidado”. Y ni contestamos. No sé si sabemos nadar, o si el río nos enseñó.
Tal vez ha sido el mejor maestro, porque antes que estudiantes o hijos, somos niños de río.
Llega el atardecer, buscamos nuestra ropa en la orilla, repetidas veces el río nos arrastró, y nosotros regresamos allí, y todo en orden.
Ahora entre charlas nos vestimos, de repente… veo mi mochila, viene lo más duro del día, la nota de la maestra.
Ya no importa tanto, mañana será otro día, a esperar que pase la escuela y de nuevo al río. Él curará mis heridas, hoy de seguro me castigan.



                          





martes, 4 de julio de 2017

Los Relicarios, el único legado grato que recuerdo del abuelo, homenaje a José Muñoz



Invitamos a la comunidad de Girardota al homenaje que se le hará a don José Muñoz, integrante de Los Relicarios. La cita es para el 14 de Julio en la plazoleta del parque principal de Girardota, de 6:00 pm a 8:00 pm. Además, nos acompañará el grupo: Los amigos de la compañía ALICO. S.A. 

En las mañanas, antes de irme para el colegio, el abuelo nos despertaba a todos con su respiración de toro salvaje que iba mermando después de prender la radio, a alto volumen, y buscar en alguna emisora canciones de los Relicarios. 

Esa música me sonaba como un chirrido estridente. Lo curioso, era que calmaba al abuelo. Ejercía sobre él un poder maravilloso. Tanto, que después de un par de canciones empezaba a contar historias. Una de ellas era que había visto a Los Relicarios cantar y eso le había cambiado la vida. Fue cuando se animó a formar un dueto y empezó a ir a reuniones sociales. Lo que más le gustaba era que había licor gratis y que podía robarse alguna mujer. Así hizo con la abuela, con quien tuvo ocho hijos. 

El abuelo persistió en ser una encarnación de la letra de esa música montañera, o campirana, o carrilera, o guasca, que se especializa en la tristeza, el dolor, el despecho. Hablaba con nostalgia, como un preso de la libertad, sobre esos mundos perdidos en las borracheras, esos males de amor gritados en las plazas de mercado, esos jinetes heridos de corazón entre racimos de plátanos o bultos de café, esos hombres abrumados por un dolor que no entienden y que desean lavar con aguardiente o con lagunas mentales. 

El abuelo se quedó con las adaptaciones de los ritmos sureños (corridos de México; pasillos y valses de Ecuador; tangos, pasillos y valses de Argentina) interpretados por los campesinos antioqueños. Música que empezó a tomar fuerza después de la inauguración del Ferrocarril de Antioquia en 1929. En las estaciones se realizaron fiestas que duraban varios días. De esas, narró el abuelo, en la estación Palomos, en Fredonia, se armaban tales peleas que el machete enarbolado era el símbolo de virilidad que a más de uno dejó sin extremidades. Pero fue a partir de 1940 que esta música empezó a sonar con fuerza. 

Sin embargo, no es hasta 1952 que surge, tal vez, el dueto que hoy en día más representa la música campesina. Hablo de Los Relicarios, el dueto que ha influenciado a miles de personas. Canciones como: Entrega­do a las copas, Al diablo con tu orgullo, Todos seremos igua­les, Voy a tomar aguardiente, No sé rogar, No te quise, Mal­dito dinero, Dime que me esperas, En otro tiempo, Huérfano desde niño, El Cristo de oro, Te quiero aunque seas casada, Te voy a borrar, Bien aburrido, Maldigo mi destino, Triste sin madre, Soy un bohemio, La medallita de oro, La malagradecida, El dolor de un hombre, entre otras, pues llevan más de 1300 canciones grabadas. Estas canciones representan los sentimientos que emergen en las montañas y de alguna manera, como sucedió con el abuelo, los calma o los precipita al abismo. Pues, los sentimientos son como caballos indómitos que arrastran la razón y sobre todo, empantanan ciertos tramos de la historia. Sentimientos oscurecidos por el licor, la aventura, la traición y la errancia. 

Años después, por cosas del destino, me encontré con José Muñoz en la Biblioteca de Girardota y lo entrevisté para el blog, días antes de que muriera su compañero de fórmula: Germán Rengifo. La idea era hablar con don José  como antesala al homenaje que se le hará en la plazoleta del parque principal de Girardota. 

José nació en Bello (Antioquia), y se levantó en la vereda El barro de Girardota. Por lo que cuando entró a la Biblioteca, al enterarme de que era de Los Relicarios, le propuse que habláramos. Era curioso, sentía que ya lo conocía. Tal vez por ello, las letras de sus canciones me dieron otra mirada de la historia, una que permitió ver más a fondo al abuelo. Era como si reviviera la misma escena, pero con más recursos lingüísticos para narrarla. ¡Cómo hubiera disfrutado el abuelo, si aún viviera, haber hablado con don José! Pues Don José entendió, así sus canciones sean una epifanía al alcohol, que el trago es más una postura estilística, gastada, artificial que lo único que hace, al final, es expandir la herida en los seres cercanos y amados. Por ello, don José lo dejó para continuar con Los Relicarios y seguir componiendo. 

A sus 85 años cuenta con más de 5 mil composiciones grabadas. Estuvo más de 60 años con Germán Rengifo. Ellos, Los Relicarios, son, por decirlo de algún modo, la tierra hecha música de varias generaciones. Pareciera que este encuentro con don José fue una cita anunciada por el abuelo hace más de 25 años.