Hay artistas que hacen a artistas y son como los descubridores, los que acompañan en la primera etapa de la creación. Hay otros que se hacen con la disciplina y logran sus sueños después de convertir la práctica en un acto espontáneo. Los más comunes, son aquellos que tienen más ganas de figurar que crear y se hacen los mercaderes de una obra imaginada, abundan en los banquetes, en los actos públicos y son los menos recomendables porque son como una especie de daño estomacal. Sin embargo, hay otros que nacen artistas y desde niños juegan a representar un sueño y hacen de la disciplina un juego muy serio; tanto, que a muy corta edad obtienen una madurez artística que los hace perseguir la felicidad por medio de un oficio noble y dignificante. Estos últimos son los mejores, los indispensables, a los que pertenece Marco Blandón.
Llegué a la casa de Marco y me recibió con un café, debo decirlo, de alta calidad. Sacó un montón de aparatos para prepararlo, como un ritual. Nos sentamos en la sala y empezamos a hablar.
Marco Blandón desde infante recibió del núcleo familiar el amor necesario para que su sueño se gestara. Contó con la plataforma emocional para evolucionar espiritual y artísticamente. Pues, su adolescencia no fue el desgaste energético de sentirse incomprendido. Al contrario, fue la posibilidad de encausar toda esa energía en un proceso creativo, después de que su abuela le diera una guitarra a los trece años.
Marco es autodidacta. Aprendió desde la pasión. Es un hombre propositivo que invierte su tiempo en su disfrute y desde ahí, la vida o el universo, le ha dado la oportunidad de encontrar su lugar en el mundo. Por ello, entró a la Universidad de Antioquia en el 2003 a estudiar guitarra clásica. Luego desiste porque no era lo que quería, así lo hubiera imaginado. Lo aburre, de manera implacable, la academia. Y sin méritos ni gloria logra graduarse.
Cuando no disfrutaba su estudio se preguntaba sobre su destino y como una respuesta llegó un cd de Astor Piazzola. Un regalo que le hizo su compañera. “Lo escuché y eso fue mágico, la primera canción fue Adiós Nonino. Ahí fue donde empezó ese sueño de saber más sobre el bandoneón”, dice.
Marco, como todo buen soñador, se dedicó a sus obsesiones. En este caso, a un instrumento del que se tenía pocas noticias en la ciudad. Intentó conocer un bandoneonista y sin resultado. En esa búsqueda se enteró de que iban a formar una escuela de tango en Medellín. Ingresa con el condicionante de que solo podía tocar el bandoneón dos horas a la semana. Era una especie de tortura. Hasta que conoce a Pablo Jaurena, bandoneonista argentino, quien se convierte en su mentor.
El Bandoneón es un instrumento de viento aerófono (que suena por la vibración producida por una columna de aire). Fue diseñado en Alemania a comienzos del siglo para hacer música religiosa. Tiene 38 botones para el registro agudo y 33 para el grave. Cuando se abre el fuelle cada botón oprimido genera un tono y cuando se cierra el fuelle el mismo botón emite otro tono. “Hay que utilizar mapa para tocarlo”, concluye Marco, después de que su familia, sus amigos y maestro le ayudaron a conseguir uno.
Después conforma El quinteto F31, nombre de la marca del avión en el que viajaba Gardel el día de su muerte. Con el quinteto Marco estudia y vive ese sueño que tenía de pequeño de estar en un escenario. Cada día se despierta con la alegría de hacer lo que quiere y de tocar tango, una música muy popular, de la calle y melancólica.
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