viernes, 18 de noviembre de 2016

Fernando, el mochilero de espíritu




“El objetivo de viajar no es sólo conocer tierras extrañas, sino que en última instancia se pueda volver y ver al propio país con extrañamiento”. G. K. Chesterton

En Girardota, como todo pueblo, existen esos personajes enigmáticos, que lastimosamente se hacen cotidianos. Personajes que recorren las mismas calles día tras día. Uno de ellos es Luis Fernando Gómez, más conocido como “El caminante”. 

Se le dio este apelativo por sus viajes, tal vez el más importante fue el que hizo por el continente donde fue marinero, durmió en iglesias, tuvo sus romances, sus aliados y sobre todo, se las vio consigo mismo. Aprendió que en la vida, cuando se toma una decisión, es importante dar el primer paso. Después, no mirar hacia atrás. En esa medida, sus pensamientos iban dirigidos a un mismo propósito: seguir el camino. Tal vez, eso mismo hizo el brujo de “Otra Parte” de Envigado-Antioquia, en su inolvidable “Viaje a pie” cuando dijo: “el pensamiento es un lujo aún, una función novísima en el reino animal”. Por ello, lo importante en el viaje no es destino de llegada, sino el recorrido. Por algo, en ese recorrido se descubre que lo importante no son las millas, sino los amigos y lo que se puede pensar con ellos. Así también, la amistad es otro privilegio del reino animal. 

Cuando Fernando llegó a Girardota durmió en las afueras, bajo un puente. Después de observar distintos lugares, costumbres, climas, podía ver con más claridad aquello que los girardotanos ignoraban por no haber salido de casa. Sin embargo, sus puntos de vista se fueron quedando en el recuerdo. Pues con el transcurso de los días, sus historias se hicieron cotidianas. 

Luego, se fue integrando a la dinámica del pueblo y llevaba tintos a la alcaldía, hablaba con los transeúntes, con los comerciantes, los estudiantes, los políticos, los universitarios…, leía algunos versos sencillos de su autoría. De esta forma se conseguía lo suficiente para su sustento. Una libra de panela, una libra de arroz, el café… 

Más tarde se instaló en la vereda Jamundi, en la parte alta. Desde allí, todos los días caminaba y camina hasta el casco urbano. 

Ahora es librero. No siempre le va bien porque la gente prefiere invertir sus finanzas en aquello que los hace creer que los exalta, aquello que busca la experiencia máxima… y lo que persiguen es el abismo y el hastío. Decisión respetable. Aunque esto ponga en aprietos a los libreros como Fernando, porque su negocio es con el conocimiento y el conocimiento es revelador y desacomoda. Empero, Fernando no desfallece, al final llega el lector indicado. Pues todavía quedan aquellos seres, que como lo expresaba hermosamente Borges, no se imaginan un mundo sin libros. 

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