martes, 12 de abril de 2016

Vladimir Jaramillo y el placer de leer




Las personas que no leen ni escriben no tienen las mismas oportunidades. No cuentan con palabras para nombrar sus fluctuaciones emocionales, laborales o espirituales. Por algo decía Santa Teresa: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido". Por ello, si el mundo es tan grande según las palabras que tengamos para nombrarlo, la lectura permite abrir un abanico de posibilidades para interactuar con ese mundo que a veces nos abruma. 


Así lo entiende el alcalde de Girardota, Vladimir Jaramillo, que es un amante de los libros y las historias. Con él, se entiende que la lectura no debe ser un deber. De ser un deber, de hacerse por obligación, se perdería el goce y la opción de que sea un derecho. Por ello, para revindicar ese derecho tan desvirtuado por muchos, recordamos Los diez derechos del lector de Daniel Pennac: “El derecho a no leer; el derecho a saltarse páginas; el derecho a no terminar un libro; el derecho a releer; el derecho a leer cualquier cosa; el derecho al bovarismo (Término alusivo a Madame Bovary, la protagonista de la novela homónima de Flaubert, lectora compulsiva y apasionada de novelas románticas); el derecho a leer en cualquier sitio, el derecho a hojear; el derecho a leer en voz alta; el derecho a callarnos."

De esta forma, con el Alcalde de Girardota, se empieza a entrever que el lector asume el libro como un placer que está antes de la lectura, es decir, en el deleite de escuchar historias. De tal manera, la palabra, sea oral o escrita, despierta las palabras que nos habitan, nos mueven y luego dan testimonio de vida. Palabras que muchas veces desembocan en la escritura o en una conversación intima al calor de un café. Palabras que le dan al lector su condición vital del que lee, del que está leyendo, del que le da vida al libro, del que es más que un simple consumidor de libros.

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