El poder mágico de la palabra se identifica por su carácter prohibido.
Octavio Paz
Por: Fernando García Cuéncar.
A veces, cuando uno entra a su tienda repleta de libros ya leídos, siente que el hombre barbado y recio, parecido a un monje burlón a veces, o a un viejo pájaro con los ojos perdidos en el horizonte, sigue siendo un vagabundo sin cesar por los caminos que arman los libros apilados sobre el piso, los estantes, las mesitas de cafetería, la cocineta y el bar. A veces lo he visto tomar en sus manos un libro raro o clásico o bello como si fuera un ser para acariciar; y a veces hasta lo he visto con un mohín de tristeza al soltar un libro con el que le hubiera gustado quedarse. Qué extraña pasión, dirán algunos. Pasarse la vida entre los libros, nadar todo el día en ese mar acechante de palabras allí prisioneras, y hacer de este gesto una razón para estar vivo.
“Lo bonito es viajar solo, solo; nadie lo determina a uno”. Editor, hippie de carretera hace ya muchos años; admirador del zen y cazador de poetas por los bosques ahumados de los barrios y sus bares; librero. Por culpa de él, muchos leemos a Pizarnik, o a su amado Ciorán tan salvajemente bilioso con esta cultura de pobres del corazón. Él es, para muchos de nosotros, el culpable de haber publicado nuestros corazones en germen de poetas; culpable también de haber sido nuestro cómplice en esta pobre maravilla de poner en los vocablos nuestros más profundos tuétanos.
Años setenta: Por vender hamacas colgado de un arbolito en la Avenida la Playa, tal vez bebiendo con Darío Lemus o con Juan Manuel Roca y con otros de esa generación de lúcidos poetas, lo pusieron “El Hamaquero”. Recuerdo que en algún lanzamiento del libro de poesía de uno de sus tantos amigos, alguno se levantó del público y dijo a modo de elogio que Gustavo Zuluaga era “el editor más pobre de América Latina”. Me consta que no descansa hasta no ver publicado un libro nonato que le guste. Qué rara pasión, andar, vagar, trashumar por la vida enamorado para siempre de esos objetos rectangulares repletos de hojas y de corazones.
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