martes, 31 de mayo de 2016

Henry Castrillón en el viaje al olvido


“No hay tierras extranjeras. Quien viaja es el único extranjero” 
 Robert Louis Stevenson


Existe un individuo que recorre ciertas geografías en busca de algo en sí mismo. Busca lo indecible en lugares desconocidos. A este individuo no le interesa el movimiento turístico donde es más importante la foto de una rosa que el aroma que alegra el corazón. Él persigue algo más profundo. 

A este hombre lo llamo viajero porque más que trasladarse de un lugar a otro lo que busca es su lugar en el mundo, es decir: él. Por tal motivo, él mismo es un viaje con diferentes rutas, paisajes, climas, gastronomías, peripecias, aliados, hallazgos y ritmos. Por eso, a veces, muchos viajes suceden alrededor del viajante. Es decir, en círculos. Y ronda en sus historias con una mirada juguetona y descifradora de distancias. Tal vez, por ello, desarrolló la capacidad envidiable de irse de los lugares en que se siente incómodo. Por lo que asimila la soledad sin temor a sus sombras. 

Conocí un viajero, uno de los que nombro. Se llama Henry García. Girardotano. Nació en el 82. Como aventurero, el primer viaje en bicicleta lo realizó a finales del 2011 y principios del 2012. Su recorrido fue: Carreto, Calamar, Suan, Barranquilla, Ciénaga, Santa Marta, Palomino, Santuario de Flora y Fauna los Flamencos, Riohacha, Manaure, Uribia, Cabo de la Vela, Maicao, Riohacha, Palomino, Sierra Nevada de Santa Marta. 

El segundo viaje, también en bicicleta, lo realizó al año siguiente. Repitió la ruta e hizo una variación. En vez de ir hasta el Cabo de la Vela se introdujo en la Sierra Nevada y convivió con los Arhuacos. 

También ha estado en: la Sierra Nevada del Cocuy (extremo norte de Boyacá), Norte del Caribe Chocoano (desde Titumate hasta la Miel Panamá); el Nevado del Ruiz. Ha realizado dos viajes por Suramérica (el primero Ecuador, Perú, Bolivia y el segundo Colombia - Argentina - Uruguay). 

Este es el viajero al que se refiere Fernando González cuando hace esta pregunta: “¿Dónde quedaron las huellas?”; del que dice Seneca que si logra encontrarse a sí mismo hará del desierto una patria; del que celebra San Agustín porque evoluciona en la historia de sí mismo cuando compara al mundo con un libro y plantea que aquel que no viaja solo lee una página. 

Sin embargo, al final es prudente volver o morar en un lugar. Pues, el verdadero viaje empieza cuando se aprender a estar quieto. Cuando se reflexiona de lo vivido, de lo olvidado, de lo que ya no estorba. Así como Ulises en la Odisea o como lo plantea el filósofo chino Lin Yutang cuando afirma que lo hermoso del viaje es volver a casa y descansar sobre su almohada vieja y conocida.

lunes, 23 de mayo de 2016

Berta García Tobón, la mujer que ha hecho de su vida un catálogo de sonrisas



"Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto sino un hábito."

Aristóteles. ‪



Berta se ha ocupado en vivir sus días, cada uno, como un instante. Por ello, no pierde el tiempo en arrepentimientos. Quizás, esa sea la razón de que a sus 67 años sea una mujer vigente. Cuando se habla de vigente, se refiere a un término más allá de lo actual, es más bien la juventud del espíritu que permite tener despiertas las ganas de hacer cosas. 

Decía Séneca que la vida es como una obra de teatro. Lo que importa es la actuación más que la duración. En esa medida, la vida de Berta es relevante porque es una actriz natural que disfruta lo que hace sin necesidad de impostar. Aunque, eso que más se disfruta es aquello que te dicen que no puedes hacer. Tal vez, esa sea la clave por la que Berta, en una época donde los negocios eran una tarea exclusivamente masculina, se dedicara a las ventas y los viajes. 

Berta nació el 7 de junio de 1949 en el municipio de Tarso, Antioquia. Hija de Alberto García Palacio y Luz Estela Tobón. Pero su infancia la pasó en Girardota. 

En Girardota su familia se instaló por la calle Bolívar, cerca del Liceo. En la casa paterna, con sus 9 hermanos, más de una vez se hizo regañar por inquieta. Pues sus padres eran, según ella, muy templados y las niñas debían ocupar su lugar. Aunque el lugar de Berta era difícil de ocupar por su sed de conocer lo que había al otro lado de la montaña. Pues, ella no se creyó ese cuento de que el mundo se acaba justo donde el ojo no veía más. Tal vez por eso, en el colegio la calificaron en disciplina con un contundente uno. 


Los viajes
De pequeña soñaba con ser azafata y recorrer el mundo. Sin embargo, ese fue un sueño frustrado. Aunque recuerda con agrado ese primer viaje en avión que hizo con su familia de Medellín a Bogotá. Tanto, que cuando vivió en Bogotá fue al aeropuerto a pedir trabajo como azafata, pero no hubo respuesta. 

Tiempo después volvió a Girardota y estudió la segundaria en la Escuela Normal Superior de Señoritas, hoy funeraria la Baena. Estudió hasta segundo de bachillerato. 

Luego, realizó un Secretariado en Medellín y aprendió a manejar máquinas de escribir. Por sus manos pasaron las famosas Olivetti y la Remigton. Las utilizó en la oficina de su padre en el edificio Constaín, en el Parque Berrío. La oficina se llamaba: Clubes Alberto García Palacio. Estuvo allí dos años. Cuando cumplió los 18 años se dedicó a viajar. 

Recorrió el suroeste, nordeste y occidente antioqueño. Vendía rifas. En ese momento, recuerda Berta, en su corazón solo había espacio para los viajes. Tanto que no le hizo caso a ningún hombre. El compromiso sería un alto en el camino. Aunque, confiesa que tuvo muchos admiradores. 

Después de ver más allá de la montaña se estableció de nuevo en Girardota. A los 22 años empezó a trabajar en Flamingo como vendedora. Al año vuelve a lo suyo: vender mercancía. 

El amor
A los 26 años sintió que ya había viajado lo suficiente. Tuvo tiempo para pensar y sentir la necesidad de formar su familia. Algo muy extraño para la época porque en los núcleos familiares las mujeres eran educadas, la mayoría, para ser amas de casa y parir hijos antes de los 20 años. En tal medida, ella contó con la posibilidad de elegir y halló a tiempo lo impensable: el amor. Por eso, cuando conoció a Juan David Jaramillo, aunque no le interesó al principio, encontró que su deseo era una oportunidad. 

Juan Davíd tenía la edad de Cristo cuando conoció a Berta. Ambos, querían lo mismo. Y sin tanto preámbulo, porque el amor es irracional y directo, decidieron irse a vivir juntos después de cuatro meses de noviazgo. Al tiempo marcharon para Copacabana y fundaron una tienda de abarrotes. La vendieron y abrieron una panadería. 

En Copacabana nació el 12 de febrero de 1978 Vladimir Jaramillo. Luego, en 1980, Oscar Darío Jaramillo. 

Regresaron a Girardota al comprar una casa. Debido a esto vendieron la panadería de Copacabana y la abrieron en el primer piso de la casa. 

La ausencia 
La muerte es un fenómeno que nos mueve más que el amor y el hambre. Sobre todo, cuando no hay el tiempo de transición para asumir la ausencia del ser querido. Eso le sucedió a Berta cuando de la noche a la mañana debe asimilar el fallecimiento de su compañero. 

Era el año de 1989. Juan David estaba algo enfermo en la noche. Todos pensaron que se repondría, pero a las 5:30 de la mañana se agravó y Berta lo llevó al hospital. De allá lo remitieron a la Cardiovascular donde falleció. Le diagnosticaron muerte natural. En ese entonces Vladimir tenía 11 años, estudiaba en el Atanasio, colegio del que se graduó en el 95.

Con la pérdida del padre de sus hijos Berta vendió la panadería porque era mucho trabajo para ella. Así que montó un almacén de materos. A los días se enteró de que era imposible vivir de materos y optó por vender chance. 

Fue difícil reponerse de la muerte de Juan David. Sobre todo cuando era un hombre ejemplar, máxime cuando en Antioquia la imagen del padre responsable está desdibujada. 

Para poder gestionarse el recurso para el estudio de los hijos Berta trabajaba de 3:00 pm a 10:00 pm. A los niños los cuidaba la abuela paterna, Magola Sierra. Pero en el 97 falleció Magola y cuatro años más tarde Oscar Darío, su hijo menor. 

La alianza 
Desde la muerte de Juan David, Berta asumió la economía de la casa y la responsabilidad de educar a sus hijos. 

Además, sus hijos también se ayudaron con la educación. Vladimir, por ejemplo, trabajó en el estadero El Noral. Llegaba a la madrugada y se ayudaba con la universidad. 

En la actualidad, Berta sigue vendiendo por catálogo. En la entrada de su casa tiene un arrume de cajas con productos que va entregando. Además, va a gimnasia, a hidro-aeróbicos y caminatas. Sigue visitando los pueblos de Antioquia. Se siente con la misma fuerza de siempre, como un roble que ante las tormentas fortalece sus raíces. Para Berta las raíces son: su hijo, las ventas y los viajes

jueves, 19 de mayo de 2016

Melissa Cañas y las excusas de los estudiantes



Nota aclaratoria 

Se hizo en el municipio de Girardota un convenio entre la Secretaria de Educación y Fundamundo, “Educar mientras se informa”, coordinado a por la Biblioteca Pública Municipal de Girardota. 

El taller se dio a dos instituciones, IE Manuel José Sierra y IE Emiliano García. Cuando se convocó a las cuatro instituciones del casco urbano. Participaron 32 estudiantes y finalizaron el proceso 8 estudiantes de los grados 8, 9 y 10. El criterio de selección es que al alumno le gustara leer y escribir. 

Durante los talleres, Melissa Cañas, una de las madres de las niñas se interesó por los talleres y envió un texto para que lo mirara. Dicha narración es un muy buen ejercicio periodístico. Por tal motivo, en el especial de madres que se está realizando desde la Biblioteca Pública Municipal de Girardota, es una alegría publicarlo. Pues, la presente narración empieza a vincular a la familia en los procesos creativos que está realizando la Biblioteca Municipal.


Las excusas de los estudiantes

El lugar estaba casi desierto. Solo miraba al celador que estaba junto a la puerta y de vez en cuando me echaba una sonrisa que parecía quedarse pendida en las partículas de aire siniestro que habitaban allí desde la mañana, oscura pero sedosa. Las carteleras iluminadas por la luz opaca se hacían más visibles que en el atardecer, cuando este le permite el paso a la noche.

De súbito, suena una canción y el portero abre la puerta. Veo y oigo risas y gritos que aturden el silencio y el insomnio de las paredes como algo casi estrepitoso. Todos los estudiantes entran sin saber que veo en sus rostros que no quieren estar allí. Se nota el desánimo. Además, sienten el calor como un reproche y una incapacidad para abrir sus mentes.

Algunos se dirigen rápidamente a sus respectivos salones, otros, en cambio, entran a la escuela sin afán mientras que la coordinadora les hace meter sus camisas por dentro del pantalón. Aún no logro comprender si ellos saben cómo llevar su uniforme, o sí alguien debe recordárselos. Ellos se ríen un poco y pareciera ser que en su fuero interno se burlan de todo. 

Hace calor. Se puede ver el tumulto en la tienda para comprar un refresco. La mayoría se pasea por los corredores y el patio. Algunos coquetean y se abrazan; van esparciendo sonrisas por doquier y el ambiente se alegra un poco. Mientras los profesores entran al salón, los estudiantes los siguen hasta sus puestos como si fuese una marcha fúnebre. Algunos se quedan por fuera y el maestro, con autoridad, sale y sin decirles nada ellos van entrando. 

No los vuelvo a ver por dos horas. De pronto, veo a algunos caminando por ahí sin saber qué hacer. A veces van al baño, o se quedan mirando hacia el cielo con una expresión de libertad. Dos adolescentes ven a la rectora y huyen.

Mientras tanto, pensaba qué podría hacer para que los estudiantes escriban. Estaba en mis cavilaciones cuando se me acerca Katerine y me dice: “Profe, es que yo el jueves no puedo venir a clase porque mi mamá tiene unos exámenes médicos y yo me tengo que quedar en la casa cuidando a mis hermanos; ellos son menores que yo, yo soy la mayor y me toca, porque no los podemos dejar solos”. Y como un rayo de sapiencia se me ocurrió lo que podrían escribir: excusas. 

¿Quién no ha usado una excusa para no cumplir con su deber? Recuerdo la vez que le dije a mi papá que me estaba enfermando por hacer aseo en el colegio, que se acordara que el otorrino me había dicho que yo no podía barrer; entonces, él redactó una excusa. O cuando me fui a dormir adonde unos familiares a otro pueblo, y él escribió que tenía mucho vómito y fiebre. O cuando me fui a vivir con él a Caucasia, Antioquia, y los baños del colegio eran “inusables”, por decirlo de forma bonita, y él mandó una excusa para que me dejaran entrar al baño de los docentes. Mi papá es bueno para las excusas. Sin embargo, hay que tener cuidado con la memoria, pues él asistió a dos entierros en tres años de la misma persona. 

La antigüedad de la excusa es la antigüedad del hombre: son necesarias para acolchonar los errores que se cometen. También, sirven para conocer al otro y lo otro. Es decir, se dan tantas razones que se termina hasta conociendo a la familia a través de los cuentos inventados.

Al principio, el hombre recurría a las señas. Utilizaba el lenguaje corporal para referir algún suceso o excusarse. Luego, empezó a dibujar las historias hasta que se hicieron colectivas. Más tarde llega el lenguaje oral y sus historias iban con él a cualquier lugar. De ahí, los mitos, que se convierten en religión para excusar la existencia.

Por fin el descanso. Los estudiantes caminan, corren, ríen, y sus palabras se desvanecen con el ruido de la felicidad. En la tienda escolar la mayoría cuentan monedas. Un grupo de cinco chicos intentan que un tarro de refresco sea un balón y abarcan gran parte del patio. Todos se divierten hasta que suena otra vez aquella canción que hace evaporar aquellos juegos con sonrisas premeditadas.

Me dirijo al grado octavo y Zapata me recibe: “Profe, ¿para qué vino? Déjenos ir ya para la casa”. Siempre me recibe así: ya me acostumbré. Le sonrío y hago un mohín de asombro. Me siento en el escritorio. Sitúo mis cosas en la mesa. Los miro casi sonriente mientras les pregunto: “¿cómo están?” La mayoría contesta: “¡bien!” Algunos siguen con el “¿y usted? Nunca respondo. Escribo en el tablero con marcador morado “Géneros literarios” precedido de la fecha. Los miro mientras camino por el espacio y les pregunto: “¿qué creen que es eso?” Juan Camilo me responde que literatura; Laura dice que cuentos; Pablo concluye que historias. 

Empiezo a desglosar cada palabra. Ubico unas flechas y debajo de estas el significado correcto. Juntamos los dos conceptos. Posteriormente, les pregunto cuáles son los géneros literarios. Ellos me responden: cuentos, historias, y otras más. Yo escribo al lado los tres géneros literarios, y como en el primer periodo solo se trabajará el género narrativo, empezamos a desglosarlo: cuentos, fábulas, novelas, ensayos, mitos y leyendas. Les comienzo a preguntar cuál es la diferencia, y solo la mitad de ellos interviene. Con flechas escribo las respuestas correctas.

Media hora antes de finalizar la clase, les digo que formen grupos de tres personas y me escriban una excusa grandiosa. Les propongo que imaginen que se van para una finca, y no me pueden decir. Entre más fantástica, mejor. Las escriben en menos de quince minutos. 

“Buenos días, profesora –lee Galeano mientras todos sonríen, incluso yo-. Le informamos que el día de hoy no pudimos asistir porque tuvimos graves consecuencias a la venida del colegio. Hubo un derrumbe donde nosotros vivíamos y tapó toda la casa, se murió mi padre y mi hermana, no pudimos encontrar rastros de ella; a mi mamá se le fracturó la cintura y a mí se me cayeron unas piedras encima…”

Cada equipo quería leer la suya para mirar cuál era la más chistosa.

“Cordial saludo, profesora Melissa –prosiguió Mateo-. La presente es para informarle que no pudimos asistir a clase porque veníamos de viaje en un avión hacia Medellín y en el avión había tres secuestradores que nos llevaron a Estados Unidos y el avión se chocó con la estatua de la libertad. Cuando nos íbamos a escapar, a Alexander le dio un calambre y lo tuvimos que llevar para el hospital y casi no entendemos el inglés”.

“Buenas tardes, profesora Melissa Cañas –decía María José mientras sonreía-. La siguiente excusa es para los estudiantes Yenifer Moreno Patiño, Daniel Mazo y María José Mayo, quienes no asistieron a clase el día el ayer porque cuando salían de la casa una nave espacial los llevó para Saturno y allá el tiempo es muy raro porque los minutos son días y los segundos son horas, pues eso fue lo que ellos me dijeron, y también que una de mis hijas se casó con un príncipe alienígena que se llamaba Trank Stiv, y que ellos vivieron 7 años en aquella extraña ciudad…”

Escribieron de todo un poco. Algunos fueron secuestrados por “Las águilas negras”; otras dopadas y violadas; uno más se suicidó, no faltó la visita al funeral o el abordaje del bus equivocado. Y así acabamos la jornada: con un poco de fantasía y el recuerdo del amarillismo que presentan la mayoría de los medios de comunicación, de los cuales surgieron las ideas a mis estudiantes.

lunes, 16 de mayo de 2016

Marina Echeverry Acevedo, un lugar para nacer todos los días


“Hay un lugar donde el trueno no asusta/ las flores perfuman los secretos/ la lluvia es fantasía de agua dulce…” 

Cilmoa Turbanec


Marina de Jesús Echeverry Acevedo nació en 1.960 en un pueblo ubicado en el suroeste antioqueño llamado Fredonia. Ella es la quinta de siete mujeres. Vivía en una casita de material, casi derrumbada, ubicada en la vereda Travesías del municipio de Fredonia. Allí pasó su niñez y estudió hasta quinto de primaria. Desde muy niña se caracterizó por su inteligencia. Para ir a la escuela se demoraba una hora y media. Su padre no estaba dispuesto a patrocinar sus estudios secundarios pese a los ruegos de la profesora que estaba interesada en ayudarla. 

 - ¿Por qué no permite que su hija estudie? Yo sé que ella puede terminar sus estudios porque es una niña muy inteligente. – Dijo Noira Arenas, la profesora que en ese entonces enseñaba en la escuelita de la vereda Uvital.

 - Le agradezco su preocupación, pero mis hijas no necesitan estudio para casarse. –Repuso Pablo Echeverry, el padre de Marina.

Días después, Alicia Acevedo, la madre de Marina, a quien le gustaba sembrar y se esmeró en que su hija estudiara, le regaló una ruana azul, de lana, con bordes negros.

 - Lo único que quise de pequeña fue estudiar porque soñaba con ser profesora o secretaria. Siempre miraba con admiración a las profesoras y secretarias porque atendían a la gente con mucha amabilidad. – Dice Marina.

El mal de amor
La familia la conformaron siete mujeres y un hombre. Sus hermanas mayores se casaron y Marina fue quien ayudó a sus hermanos menores, en especial a los dos últimos, para que pudieran estudiar. Con el paso de los años el semblante de Pablo se hizo más sombrío porque lamentaba que su apellido se dilatara en las generaciones futuras. Con sus hijas su apellido estaría superpuesto a otro que no tenía nada que ver con la familia. Además, las mujeres no tenían el mismo temple para trabajar la tierra. 

La hija mayor nació con una deficiencia de aprendizaje que le impedía relacionarse con el sexo opuesto. La siguiente se casó con un hombre que le teme a la oscuridad, a los rayos, a las sombras y delegó a su compañera la responsabilidad de ponerse los pantalones en la casa.  La otra se casó con un hombre virgen que salía en las noches y cazaba búhos y envenenaba perros. Él al conocer el estremecimiento afrodisiaco del sexo intentó encerrarla bajo llave. Pero ella se escapó a la ciudad con sus dos hijos. Otra se casó con un hombre quién fue asesinado de una puñalada en la espalda y la dejó con dos niñas. Otra quedó embarazada sin casarse y al obligarla a convivir con el padre del niño murió al dar a luz. 

Marina conoció a Juan Ángel Betancur. Su madre, Alicia, estaba muy contenta porque, de todas sus hijas, parecía que iba a ser la única que podría construir una verdadera familia. Ese noviazgo era, tal vez, la alianza más importante que había hecho la familia. Incluso, Pablo estaba contento y trataba al nuero con amabilidad.

Marina y Juan consiguieron una casita en la vereda el Uvital. En los primeros meses iban a recolectar café y fueron esos meses el idilio del amor. Pues, cuando Juan se enteró de que ella estaba embarazada de un varoncito cambió notoriamente. Se volvió más huraño. Tanto que llegó a levantarle la mano varias veces. Se separaron en repetidas ocasiones y en una de esas reconciliaciones quedó embarazada de una niña.

 - Yo lo quise mucho. Hasta le propuse que estuviéramos como hermanitos. Lo único que quería era que mis hijos tuvieran un padre. La verdad, estaba enamorada y él me decía que lo dejara en paz y que yo era lo peor que le había pasado en la vida. Me demoré diez años para olvidarlo y entender que él no me quería. Pero, durante ese tiempo estaba dispuesta a perdonarle sus ofensas. A veces, una por los hijos se olvida de la dignidad de la mujer. – Afirma Marina.

 - Ella y yo no nos entendimos. Lo intentamos pero no nos entendimos. Además, su padre era muy conflictivo. Admito que por cobardía no busqué a mis hijos. Pero, en el fondo, sentía que era mejor no buscarlos para no incomodarla a ella y a su padre y no darles más motivos para que hablaran mal de mí. Es que nunca me han gustado las habladurías. – Responde Juan.

El trabajo
El primer trabajo de Marina fue de empleada doméstica en la casa del Escultor Rodrigo Arenas Betancourt. Este escultor, tal vez, con el escritor Efe Gómez y Carlos Sánchez más conocido como Juan Valdés, son los personajes más insignes de Fredonia. Por aquel entonces, a principios de los ochenta, Rodrigo era ya reconocido por sus esculturas en México y Colombia. Había conseguido el dinero suficiente para regalarles casas a los campesinos y construirse una casa en la vereda el Uvital. Se despertaba a las cinco de la mañana y con un ron, recostado en una hamaca, como un ritual divino, esperaba los primeros rayos del día que se abrían paso entre las montañas. Luego, se subía en su Renault cuatro y se dirigía hacia su taller que estaba ubicado en el municipio de Caldas. Rodrigo sentía por Marina un aprecio especial porque a él cuando era chico, Don Enrique Betancur, el suegro de Marina, lo hospedó en su casa con su madre y le ayudó incondicionalmente. Por ello, quería ayudar a aquella mujer porque de esta manera haría por ella, lo que su tío Enrique hizo por él. 

 - Recuerdo que el maestro Arenas era un ser muy silencioso. No hablaba con nadie, ni siquiera con su segunda esposa. Por eso, intentaba hacer todo lo más silencioso posible. Pero, una vez que me fui con mi hijo que era muy llorón y sucedió algo muy asombroso. Mi hijo, tenía unos dos años, empezó a llorar y no había como calmarlo. El maestro estaba en una hamaca con un vaso de ron. Mi niño lloraba y lloraba. Así que me acerqué y le dije que si le molestaba. Él me miró y me dijo que lo dejara llorar y desahogarse. ¿A caso las mujeres no se desahogan con los chismes? – Recuerda Marina.

Rodrigo Arenas le propuso a Marina que se fuera a trabajar con él en Caldas. Pero ella desistió porque su padre se le arrodilló y le dijo que no lo dejara solo. Pues, después de la muerte de su esposa se dedicó a beber y vagabundear. Él no se imaginaba sin una mujer que le cocinara y le lavara la ropa. La difunta Alicia Acevedo no pudo reponerse de la muerte de la hija que murió a dar a luz. A eso se le sumaba las infidelidades de su marido. Esto la debilitó hasta tal punto que se sumió en una tristeza irreversible que le paralizó el corazón a finales de 1.985.

El segundo trabajo que encontró Marina fue con una parejita que se hacían llamar los gringos. Ambos, nacidos en Antioquia, habían viajado a Estados Unidos por el sueño americano. Trabajaron durante años y al volver compraron un terreno en la vereda Travesías donde edificaron una casa. Ellos habían adoptado varios perros que cuidaban como sus hijos ya que no habían podido concebir los propios. Trabajó con ellos, en un principio, medio tiempo, luego tiempo completo durante diez años sin recibir cesantías ni prestaciones sociales. 

La finca la compró un negociante que tenía supermercados en la central mayorista y en varios municipios de Antioquia. Con él Marina se enteró de que un empleado tenía derechos laborales. Ella cuidaba la finca, cocinaba, jardineaba, aspiraba la piscina y hacía otras funciones que, a veces, a los hombres les quedaba grande. Con este señor se trasladó hacia El Poblado-Medellín y se instaló con sus hijos en el municipio de Girardota. 

Luego fue niñera. Hasta que renuncia al trabajo y decide dedicarse a abrir un restaurante. Pues, ya sus hijos son profesionales. Algo que había soñado. Ahora, siente que la vida empieza a recompensarla. “Me dije, qué sí mis hijos estudiaban, iba a estar al lado de ellos hasta que se graduaran. Gracias a Dios he tenido la fuerza para acompañarlos. Además, han sido ellos la luz de estos años. Por ellos es que trabajo. Ahora, puedo pensar en mi otro gran sueño: ahorrar para comprarme una casita para pasar mi vejez y abrir un restaurante”. – Concluye Marina

La crisis de la casa de nadie
Después de la muerte de su madre, Marina estuvo a cargo de su padre y cuidó de él como ninguna otra hija. Por eso, él le escrituró la casa por sí llegaba a faltar, sus hijas, en especial una, la que más se parece a él, no dejara a Marina en la calle. Cuando ella firmó las escrituras reformó el baño, la cocina, construyó un lavadero y le echó piso a toda la casa. Además, se dedicó, cosa que hacía de pequeña, a cultivar flores. Pablo conoció a otra mujer y se casó por segunda vez. La madrasta, como en los cuentos infantiles, empezó a hacerle la vida imposible a Marina y sus hijos. Lo que quería era las escrituras. Una de las cosas que hizo fue degollar una gallina, que le pertenecía a Marina, y dejarla en una horqueta de un árbol de naranja con las tripas afuera. Al final fue Pablo el que se pasó para otra casa diagonal que años antes era una tienda. En el fondo sabía lo que su hija había hecho por él, pero, las circunstancias actuales era otras: ya estaba acompañado y no necesitaba de su hija porque ya tenía quien le cocinara y le lavara la ropa. 

No solo la madrasta estaba tras las escrituras. Una hermana de Marina, cuyo nombre se reserva para evitar problemas legales, también se interesó. Entonces se alió con Pablo, a quien no le hablaba hacía años. También los gringos se unieron y empezaron a fraguar un plan. Marina trabajaba en Medellín y, aunque sabía que las cosas con la familia iban de mal en peor, no se imaginó que llegaran a tanto. Una mañana, cuando su hijo iba a visitar la casa, en la que Marina tenía todas sus pertenencias, se encontró que Pablo y su esposa habían dañado las chapas y posesionado del lugar. 

El pleito pasó a juzgados y el abogado que asesoraba a Marina hizo un trato bajo cuerda con el abogado de la otra parte y por negligencia, ella perdió la casa y se le atribuyó el costo de los dos abogados. 

El poder de las flores
Desde pequeña ha estado rodeada de flores. Tiene una relación muy estrecha con ellas. Aunque le gusta cultivar cebolla de rama y cilantro, su gran amor son las flores. Una de las cosas que más lamentó, al perder su casa, fue abandonar sus cuernos. 

Tal vez, una de las terapias de sanación que utilizó para el perdón y el olvido fue cultivar flores. En las cinco casas que ha habitado, algunas sin patio, ha destinado un rinconcito para sembrar sus novios, besos y primaveras. 

Ahora vive en una casa de tapia rentada en la vereda Manga Arriba del municipio de Girardota. En las noches se sienta en una banca y contempla sus flores. Si ve que alguna se marchita se acerca y le habla con dulzura y en voz baja. “¡Hermosa qué te ha pasado! No te preocupes que mamá llegó”. Espera unos días a que la flor se reponga. Si sus métodos no la resucitan acude a lo más práctico, sembrar otra flor. 

Ahora, a sus cincuenta y cinco años, siente que ha sanado de los rencores. Dice que no necesita de nada y de nadie para ser feliz. Con Dios y las flores le basta. Ha encontrado la paz interior, acontecimiento que la llevó a buscar a su padre sin importarle lo que le había hecho. Estuvo en la casa que fue de ella y vio las cosas que eran suyas y ya no le pertenecían. Antes de buscarlo se tomó dos rones con Coca-cola para tener la fuerza de confrontarlo. Le dijo todo lo que sentía. Él tartamudeó y la recibió sin saber más qué hacer. Ella comprendió que el perdón es lo único que da la paz interior. Además, todo aquello que va en busca del perdón, así no sea recibido, va con la luz de Dios y eso es suficiente.

Ahora, se concentra en la posibilidad de abrir un restaurante y conseguir unos metros de tierra para construir una huerta para sus cebollas, un corral para las gallinas ponedoras y un vivero para sus flores. Sueña con vivir su vejez en un lugar tranquilo donde pueda recibir en las mañanas, con el corazón en alto, el sol que se asoma todos los días, sin falla.

martes, 10 de mayo de 2016

Irma Rodríguez, una mujer esencial


El hombre conoce solamente lo aparencial, lo esencial de las cosas, lo no numérico, es incognoscible.
Arthur Schopenhauer

María Irma Rodríguez Sánchez es una mujer esencial. Por tanto, invisible. Pues, lo esencial, que por lo general es sutil, pasa inadvertido a los ojos. Por ello, muchos son incapaces de percibirlo, menos comprenderlo, y optan por ignorar aquello que necesitan por miedo al abandono. Cuando debería ser al contrario. 

Irma nació en Girardota el 10 de mayo de 1961. Fue la décima hija de José Rodríguez y Adelina Sánchez. Vivió en la verada Encenillos hasta los 11 años. Creció en una casa campesina donde había gallinas, vacas, caballos. También, cultivos de yuca, papa, tomate, cebolla, café, maíz. 

Desde pequeña jugaba a ser cantante. A sus ocho años le decía a la mamá: “A los quince años voy a estar en tercero de bachillerato y seré cantante”. La madre incrédula le respondía: “No sueñes con eso que eres una simple campesina. ¡Duérmase a ver, qué ojos verán eso!”

Irma creció sola. La mayoría de sus hermanos se habían ido de casa y tenía pocos amigos de su edad. Por tal motivo, se inventaba juegos. Por ejemplo, utilizaba la tuza de la mazorca como el cuerpo de una muñeca, los pelos de elote como la cabellera y el capacho como el vestido. Así armaba un grupo musical de muñecas de maíz. Incluso, con una grabadora averiada se imaginaba en un estudio de grabación. 

En la escuelita Nuestra Señora del Rosario cantaba en los actos cívicos Cuatro milpas de Antonio Aguilar. “Los potreros están sin ganado,/ la laguna se secó/ la cerca de alambre que estaba en el patio/ también se cayó”. Tal vez, era una profecía de lo que sería su carrera artística. Pues era una niña adelantada. Aprendió a leer y a escribir en dos meses. En segundo la promovieron a tercero. 

Manuel Rodríguez, un hermano mayor, le ayudaba con las tareas. Se sentaban en el corredor, en unos troncos de madera que funcionaban como sillas y escribían en un pupitre que le habían regalado en la escuelita. Además, aprovechaban la luz de la tarde. También, se habían fabricado un candelabro de barro para utilizar la luz de las velas. Pues, a las siete había que dormir. La casa tenía un cuarto, el de los papás y una sala donde dormía el resto de la familia. 

Irma fue la única que estudió, a pesar de que su padre, José Rodríguez, quería lo mismo para todos. Él tenía la posibilidad de ayudar a sus hijos. Trabajaba como arriero con Pepe Sierra, uno de los hombres más ricos de Girardota. José arriaba las yeguas desde el corte hasta la máquina del trapiche. 

Cuando Irma terminó quinto la familia se trasladó para Bello. Desde allá viajaba al liceo Manuel José Sierra. Al año siguiente se mudan definitivamente para Girardota 


La carrera artística 
Ocho días después de cumplir quince años, Irma tarareaba una canción mientras arreglaba la casa. Evelio Cadavid, un amigo de la familia la escuchó e identificó el talento de la jovencita. “Me di cuenta de que tenía potencial musical. Me dije, si ella quiere, hay que encaminarla. Recuerdo que organicé 9 festivales de la canción a nivel inter-liceos, de los cuales ganó la mayoría. Al final la declararon fuera de concurso. Ella estuvo con grupos como: Los Isazas, El grupo de Don Alberto Carmona y Guillermo Sierra. Estoy seguro de que donde ella hubiera tenido más apoyo familiar y la hubieran dejado tomar sus propias decisiones, ella hubiera sido una gran artista. Ella dejó que otros tomaran decisiones por ella”, afirma Evelio, integrante del grupo Ruby. 

Irma ganó en Caldas (Calcanta), en Yarumal, en Ituango. Hizo parte del Coro de Fabricato dirigido por Don Luis Zapata. Su carrera era prometedora. Tanto que Miguel Cuenca, un músico importante de Copacabana, se interesó en ella y le recomendó pasar por Discos Victoria.

Llegó a Discos Victoria con la intención de grabar y consiguió trabajo como auxiliar contable. Al tiempo grababa un sencillo de dos canciones en 45 revoluciones por minuto. Su nombre artístico fue Sara Mirs. Estudió en el Conservatorio de la Universidad de Antioquia y luego se retiró. 

Recuerda, algo pensativa, que el primer disco lo grabó al escondido porque un hermano decía que las cantantes eran mujeres de la vida fácil. Asimismo, sus padres empezaron a celarla. Cuando a ella lo que le importaba era la música. Al año iban grabar un elepé. Sin embargo, conoció la vida cristiana y se alejó de la música popular.


El muro de contención 
Irma conoce un pastor. De esos que abundan y creen que tienen la verdad encerrada en el bolsillo del pantalón y su verdad es un manual de incoherencias. Con él tuvo tres hijos. El pastor fue el martillazo que paralizó el sueño de Irma. Por ejemplo, el discurso de libertad y amor al prójimo lo aplicó desde la posesión, los celos y la presión psicológica; El amor a Dios que es inyectarle fuerza a un sueño en el corazón, él lo coartó en Irma al obstaculizarle el camino musical; el respeto al otro, el pastor lo entendió desde las agresiones físicas y verbales. Es cuando Irma decide divorciarse. 

Como muchas madres, Irma sacrificó su bienestar para brindarle estabilidad a sus hijos. Cuando, lo que consiguió fue soportar 17 años de dificultades y sacrificar su sueño de ser cantante. Aunque, un año antes del divorcio, grabó un casette de música mensaje espiritual. Al tiempo trabajó como vendedora de Servicios Fúnebres, luego en una inmobiliaria y en el 2014 ingresa a la Biblioteca Pública Municipal de Girardota. 

Irma experimentó fuertes depresiones y, según ella, estuvo al borde de la muerte dos veces. En la primera permaneció en cama casi un año y los médicos no le identificaron enfermedad. La segunda fue una recaída de ocho meses. Sentía un muro de contención en el pecho que le despintaba la alegría de estar vida. Ni sus hijos la motivaban. 

En el 2005, en una reunión espiritual le presentan a Franck Pavón, invidente, que tenía un estudio de grabación y la motivó a grabar. Grabó En gran soledad, bambuco; Santo, Santo, Santo flamenco (música y letra de su autoría); Salmo 23, balada; Sin ti Sería, balada. Franck le regala su proyecto musical. 

Hace dos años participó en el festival Hato Canta de Girardota y se dio cuenta de que la voz no le daba. Fue a médicos, otorrinos, psicólogos y no encontraron una causa para explicar lo que le sucede. Se cree, que por lo que vivió en el matrimonio, lo que no dijo y acumuló, lo somatizó en las cuerdas vocales. 

Ahora, su sueño es volver a cantar, seguir con la música mensaje espiritual y transmitirle a la gente paz. Sobre todo, que las personas crean en sus sueños y puedan perdonar. También, quiere viajar fuera del país. 



martes, 3 de mayo de 2016

Patricia Correa, la maestra de promoción de lectura que hizo amenas las salas de espera


“Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños”.

Khalil Gibran

Hace meses escuché decir que un maestro es aquel que responde directo a las preguntas, sin rodeos. Es aquel que da con gracia lo que con gracia recibió. Esta acepción es precisa para la socióloga Patricia Correa. La mujer que hizo de los ambientes hospitalarios un espacio propicio para la promoción de lectura infantil. 

Debido a su trabajo y el proyecto “Palabras que acompañan” (auspiciado por el laboratorio GlaxoSmithKline) Patricia aprendió sobre la relación del sistema de salud, las tensiones que se generan en los hospitales y clínicas y logró que los padres se dieran cuenta, en espacios no convencionales, que a los niños les gusta los libros y que muchas veces los entretiene más que un televisor. 

El proyecto de “Palabras que acompañan” empezó en abril del 2002 en doce instituciones en Bogotá, ahora están en quince. Progresivamente se abrió en ciudades como Medellín, Cali, Manizales. En el 2003 se extiende a Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga. En el momento atienden 43 hospitales. El 90% de las instituciones son públicas. Aunque también están en centros privados. Los niños, según la socióloga, cuando están enfermos siguen siendo niños sin importar el estrato. 

Para que esta experiencia llegue a otras personas, porque toca el alma, toca el corazón, toca la tripa (como dice ella), le hice una serie de preguntas que ella muy amablemente contestó. 

Hablabas de la responsabilidad como resultado de una decisión. ¿Podrías ampliar el significado de esa frase? 
Cada uno de los que estamos aquí tenemos una cuota de responsabilidad. Es decir, los niños son responsabilidad de toda la sociedad. Desde que se decide tener un hijo, deseado o no deseado, ojala deseado, se adquiere una responsabilidad que se acaba con la muerte del padre o la madre. El vínculo emocional y el papel de la construcción psíquica del otro continúan. Por ello, los valores se aprenden con modelos coherentes de respeto o el ejemplo. Es decir, uno tiene que asumir sus responsabilidades. La misma palabra lo dice, “responsabilidad” significa: Responder por las consecuencias de una decisión o acción que uno esté realizando. Ahora, las responsabilidades no son culpas. Si me sitúo en el terreno de la culpa no hay salida. Pero si me sitúo en el campo de la responsabilidad encuentro soluciones. Además, las herramientas para asumir la responsabilidad cambian. No es lo mismo la responsabilidad cuando tienes veinte años o todo lo que sabes cuando tienes sesenta. Por eso es que en las comunidades de antes, ya no tanto, los más viejos eran los más escuchados. Ya les había pasado un montón de cosas y habían enfrentado un montón de responsabilidades. Por eso, cuando decido tener un hijo asumo la responsabilidad de esa decisión. Lo otro, es que los papás creen que si castigan al hijo lo van a traumatizar, lo mismo si lo consienten demasiado. Cuando un padre se pone en ese plano se ubica en el terreno de la culpa. Y para evitar la culpa los papás han ido entregando y delegando su saber. Es una cosa gravísima pensar que los papás no saben. Por eso, hay que devolver a la familia su saber en la crianza y en el acompañamiento del desarrollo del nuevo ser. ¡Si sabemos! ¡Está en los genes! 

¿Cuál es aporte a la sociedad con un semillero lectura en ambientes hospitalarios? 
Se toca la relación con la familia y con los otros miembros de la sociedad: Bibliotecarios, maestros… Mostrando que también otras personas pueden aportar al proceso. Alguien dice, no recuerdo el nombre, que donde hay un niño hay un adulto. Es decir, el bebé no se puede mover solo. Las crías humanas son mucho más dependientes que cualquier otra cría. Los niños no tienen la posibilidad de independizarse de sus padres como sí se independizan otras crías. Su supervivencia depende por lo menos de un adulto. Por eso, un taller como este, que se propone desde la Biblioteca Nacional y desde el Ministerio de Cultura sobre lectura en la primera infancia sabe que pasa por la familia. Esta comprensión permite decirle a la familia que desde que nace el bebé hay que acompañar a los padres. Conectar con la sensibilidad de ese adulto para que pueda transmitirla al bebé. Entonces se crea un espacio para los padres y los hijos diferente al de la cotidianidad, diferente al del lenguaje fáctico. Esto da permiso al lenguaje del relato. Entonces los papás encuentran que tienen historias que le pueden contar a sus hijos de cuando eran pequeños. A los niños les encanta saber que los papás también eran pequeños. Así se enamoran de la lengua del relato que es la que después encontrarán en la literatura impresa, en el cine. Además, entienden que no se tiene que ser cantante de ópera para cantarle al niño y arrullarlo. Un ejemplo, en una entrevista a Maurice Sendak, autor de “Donde viven los monstruos”, dice que cuando su padre le leía lo tenía sobre sus piernas y que él asocia la lectura con el olor de su papá, con el calor de su papá. Y si eso les pasa a los niños es algo que nunca van a olvidar. Esa sensación queda en el cerebro, en el corazón y en la tripa. Claro, eso no quiere decir que ese niño se vuelva el superlector, pero su relación con la lengua es fuerte en todas sus dimensiones. 

Mencionaste en el taller que los arrullos se acabaron. ¿Cómo es eso? 
Cuidado, no estoy diciendo que no hay música para niños. Hay nueva música infantil latinoamericana. Es un movimiento muy serio. A lo que voy es que en todas las culturas humanas existe el arrullo a los niños. Hay referencias desde los neandertales. Los arrullos son un hacer que se transmite oralmente de generación a generación y se transformaba con las interrelaciones culturales. En nuestros arrullos hay información de nanas de los españoles del año 1.500. También hay arrullos que se rastrean desde México hasta Argentina y que en los distintos países tienen variaciones rítmicas y en sus textos. Claro, esto se da mucho más desde el lado femenino. Pues los abuelos contaban los relatos de miedo y de cómo era que se hacía antes y ahí transmitían un montón de valores. Pero el canto era más femenino. Por lo menos el canto de la nana y el arrullo. Por ejemplo, la niña que era arrullada a la vez arrullaba a las muñecas, luego a sus hijos y nietos. Eso permitía continuidad. Pero, cuando la mujer se incorporó a la fuerza laboral fuera de casa ya no le quedó tiempo para los arrullos. ¿A qué horas esa mujer va a cantar? Por ello, a muchas de las mujeres de ahora no les cantaron. Eso no se les transmitió ¿Cómo van hacerlo? Como se sabe el oído es el primer y el último sentido que se cierra. Entonces el bebé oye la champeta desde que está en el vientre. Lo duermen con la champeta y el vallenato y ese es su mundo sonoro. Cuando la nana y el arrullo cumplen una función importante y es calmar, tranquilizar y conectarse con la emocionalidad del bebé. Los arrullos son vitales para el desarrollo inicial de los primeros meses del niño, la construcción de esa psiquis inicial, del vínculo del bebé con la madre… y eso no está en la champeta ni en ninguno de esos ritmos populares. 

Tu profesión es la sociología. ¿Por qué nunca la ejerciste? 
Salí de bachillerato y quería ser la primera Jacques-Yves Cousteaude de Colombia y por otro lado amaba leer. Quería estudiar Biología o Filosofía y Letras. En la Universidad de Antioquia inicié Biología. Hice cuatro semestres y al tiempo ingresé a la Escuela de Artes de la universidad a estudiar teatro. Llegó un momento en que la escuela se cerró para transformarse en facultad. Por esos días, en Biología, nos llevaron al nacimiento del río Medellín a tomar muestras. Luego, pasamos un semestre completo analizando las muestras de un solo día. Fue cuando entendí que eso no era lo mío porque necesitaba la gente y estar afuera. Tampoco seguí con el teatro porque cerraron la escuela. No quise esperar, menos en los 70 con lo que estaba pasando a nivel político en el país. Entonces decidí estudiar Sociología porque ofrecía un trabajo cultural y social importante. Aprendí mucho. Por ese tiempo también me casé y tuve mi primer hijo y empecé a trabajar medio tiempo en la guardería Mirringa Mirronga con María Cristina Gómez. Allá descubrí la maravilla de trabajar con los niños. María Cristina fue una gran maestra. Tengo una imagen de ella. Siempre preguntaba quién quería hacer tal cosa, sin obligar a nadie. Ella decía: “¿Quién quiere venir conmigo a leer? Ella tomaba un libro de poesía que no tenía muchas ilustraciones. Ella se ubicaba en un rincón de un patio y todos los niños iban a escucharla. No había nada que compitiera con María Cristina, ni la arenera. Eso me mostró lo que quería hacer. 

¿Cómo llegas a trabajar con ambientes hospitalarios? 
Me fui de Medellín. Viví en Cali. Estuve cerca del grupo de Gloria Rincón. Allá los niños eran los que marcaban el ritmo y tomaban muchas decisiones. Por ejemplo, hicimos un libro y los niños lo escribieron a mano. Entonces se preocuparon por la caligrafía y la ortografía porque los iban a leer. Descubrieron que la ortografía tiene sentido, igual que un semáforo en rojo. Es decir, entendieron que la norma tiene sentido. Pero cuando la norma no tiene sentido o no te la explican, entonces no la entiendes y la violas. Y la ortografía, la morfología y la sintaxis tienen la función de que el mensaje llegue claro. Eso lo entendieron niños de siete años. Comprendí que los niños se comprometen con sus procesos de aprendizaje cuando hay sentido. Después me trasladé a Bogotá y llegué a ACLIJ (Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil) que hoy es Fundalectura. Allí encontré a María Elvira Charria, una gran maestra. María Elvira, estando en el CERLALC (El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe) junto a Geneviève Patte, una bibliotecaria francesa, y con la gente de CONACULTA (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) en México, construyen el proyecto: “Leamos de la mano de papá y mamá”. Geneviève Patte fue la directora de una biblioteca en un barrio a las afueras de Paris y trabajó una propuesta integral desde la biblioteca hacia la comunidad involucrando a la familia. También con el trabajo de ACCES (Acciones Culturales Contra Exclusiones y Segregaciones) se empieza a promover la lectura en espacios no convencionales, pero donde estuvieran los bebés con las familias. Así involucrar a la familia en un espacio donde haya un reconocimiento del niño como lector. Entonces lanzan, a partir de la propuesta de Geneviève y de ACCES, la propuesta de “Leamos de la mano de papá y mamá” para América Latina. En ese encuentro había gente de Argentina, Venezuela, Ecuador, Panamá, Nicaragua, Honduras, Colombia y México. Luego, nos seguimos citando una vez al año en México con Geneviève a trabajar los componentes del programa. La condición era que cada uno de los participantes abriera una sala para replicar lo aprendido. Por Colombia estuvimos Graciela Prieto del Ministerio de Cultura y yo. En ese entonces tenía a mi hijo muy chiquito y su pediatra era la directora de pediatría del hospital de la policía. Le dije que quería leer en el hospital y aceptó. Empecé a leer en la sala de espera. Además, el tiempo de la enfermedad es un tiempo de espera. Esperas a que el médico te atienda, esperas los resultados del laboratorio, esperas el efecto del tratamiento, esperas a que todo funcione; es una espera que a veces es muy larga, es una espera atravesada por angustias, dolores físicos y emocionales. 

¿Cuál es el libro que más has regalado? 
Para adultos el libro que más he regalado es Amor en los tiempos del cólera. Es para mí, el libro por excelencia de Márquez. Ese libro es un tratado sobre la mujer, sobre lo femenino. De investigación, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público de Michele Petit. Y el infantil que más regalo es Todo lo que deseo para ti de Henrike Wilson y Jutta Richter.